lunes, 31 de mayo de 2010

“El salvador de las madres”

Estos días estoy metida de lleno en la lectura de La revolución del nacimiento. Hay muchísimas cosas que destacaría (y destacaré en próximas entradas, seguro, y recomiendo la lectura de este libro fervientemente), pero el primero lo voy a dedicar a un hombre, me atrevería a decir que bastante desconocido (yo desde luego, jamás lo había escuchado nombrar, al contrario que a Pasteur, y están muy relacionados…). El papá de Mateo es biólogo, y tampoco recordaba haber oído de él. Su nombre es Ignaz Semmelweis. Isabel Fernández del Castillo hace mención a su persona y a sus descubrimientos para demostrar, como de hecho reconoce la OMS, que la reducción en las tasas de mortalidad maternal no se debieron a la hospitalización del parto, ya que cuando ésta comenzó a generalizarse en algunos países (en el tiempo de Semmelweis), las mujeres morían de infecciones EN LOS HOSPITALES como chinches. Observando, formulando hipótesis basadas en dichas observaciones, y comprobándolas, llegó a conclusiones que su comunidad médica más inmediata rechazó y despreció. Es la historia de siempre, de entonces y de ahora: el endiosamiento que sufren algunos profesionales no les deja ver más allá de sus narices. No desvelo más, a  riesgo de contarlo mal, a continuación, copio y pego su historia desde Wikipedia:

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Ignacio Felipe Semmelweis (Semmelweiss Ignác Fülöp) (* 18 de julio de 1818- 13 de agosto de 1865) fue un médico húngaro que consiguió disminuir drásticamente la tasa de mortalidad por 220px-Ignaz_Semmelweis sepsis puerperal (una forma de fiebre puerperal)[1] entre las mujeres que daban a luz en su hospital mediante la recomendación a los obstetras de que se lavaran las manos antes de atender los partos. La comunidad científica de su época lo demostró y acabó falleciendo a los 47 años en un asilo, a causa de la infección que el mismo se provocó cortándose con un escalpelo contaminado, para demostrar su teoría. Algunos años después Luis Pasteur publicaría la hipótesis microbiana y Joseph Lister extendería la práctica quirúrgica higiénica al resto de especialidades médicas. Actualmente es considerado una de las figuras médicas pioneras en antisepsia y prevención de la infección nosocomial.

Infancia y juventud

Semmelweis, hijo de un tendero de comestibles de origen germano, nace en Buda, en la orilla derecha del Danubio, en un barrio comercial de la capital húngara de población mayoritariamente alemana. Cursa estudios elementales en el "Gimnasio Católico de Buda", y desde 1835 a 1837 se forma en la Universidad de Pest, al otro lado del río.

En noviembre de 1837 viaja a Viena por deseo de su padre para licenciarse en Derecho austríaco, pero su participación en una autopsia le hace abandonar el derecho y comienza a cursar estudios en el Allgemeines KrankenHaus, Hospital General de Viena, donde se convertirá en alumno de Joseph Skoda[2] (profesor de clínica médica), Carl von Rokitansky[3] (profesor de anatomía patológica) y Ferdinand von Hebra[4] (profesor de dermatología), tres insignes médicos austríacos. En 1839 se inaugura la Escuela de Medicina de Budapest y regresa a su ciudad natal para continuar allí su formación, pero en 1841 vuelve a Viena, descontento con la enseñanza recibida en Pest.

En 1844 se licencia en Medicina y pasa los dos años siguientes trabajando con Rokitansky y dedicado al estudio de la infección en el campo de la cirugía. Durante este tiempo nacen, a la vez, su recurrente inquietud y su permanente insatisfacción: "Todo lo que aquí se hace me parece muy inútil; los fallecimientos se suceden de la forma más simple. Se continúa operando, sin embargo, sin tratar de saber verdaderamente por qué tal enfermo sucumbe antes que otros en casos idénticos".

En 1846, con 28 años, obtiene el doctorado en obstetricia y es nombrado asistente del profesor Klein, en una de las Maternidades del Hospicio General de Viena. Es el comienzo de una obsesión.

El contexto médico histórico

Los últimos años del siglo XIX son de gran trascendencia para el desarrollo de la medicina contemporánea. Además de Skoda, Rockitansky y Hebra, despunta la figura de Rudolf Virchow, quién comienza a desarrollar las disciplinas de higiene y medicina social, en los orígenes de la medicina preventiva actual. Es el mismo Virchow el que postula la teoría de "Omnia cellula a cellula" (toda célula proviene de otra célula) y explica a los organismos vivos como estructuras formadas por células. EN 1848 Claude Bernard descubre la primera enzima (lipasa pancreática). En ese año comienza a emplearse el éter para sedar a los pacientes antes de la cirugía y a finales de este siglo Luis Pasteur, Robert Koch y Joseph Lister demostrarán inequívocamente la naturaleza etiológica de los procesos infecciosos.

Los antecedentes de la fiebre puerperal

El primer tratado de ginecología fue escrito por Joannes Petrus Lotichius, profesor de la Universidad de Rinteln (Alemania) en 1630. Este estudio sobre la naturaleza de la mujer se tituló originalmente "Gynaicologia", apareciendo el cambio de nomenclatura a la actual en 1730.[5] A finales del siglo XVIII comienza a extenderse la hipótesis de las "miasmas" como causa de las infecciones, incluida la sepsis puerperal,[6] pero hasta 1795 no se comienzan a publicar estudios recomendando medidas higiénicas como el lavado de manos tras asistir a enfermas afectadas de este proceso infeccioso (y antes de atender nuevos partos) o la utilización de ciertos antisépticos antes de reutilizar el instrumental.[7] La evidencia es abrumadora y L. J. Boër, en los comienzos del siglo XIX, comienza a aplicar normas similares en la Maternidad de Viena consiguiendo reducir la mortalidad materna hasta el 0,9%. Su sucesor, el doctor Klein, dejará de aplicarlas, por lo que la mortalidad ascenderá hasta el 29,3% (casi una de cada tres mujeres atendidas durante el parto en esa maternidad morían tras el alumbramiento).[8] Oliver Wendell Holmes publica en 1843 "On the Contagiousness of Puerperal Fever", donde recomienda expresamente que "un médico dedicado a atender partos debe abstenerse de participar en necropsias de mujeres fallecidas por fiebre puerperal, y si lo hiciera deberá lavarse cuidadosamente, cambiar toda su ropa, y esperar al menos 24 horas antes de atender un parto". El estamento médico oficial, sin embargo, sigue remiso a aceptar estas conclusiones, y los dos obstetras norteamericanos más importantes de la época (H. L. Hodge y C. D. Meigs) menosprecian y rechazan públicamente las propuestas de Holmes. En este contexto académico, pero a través de su propia línea de investigación, desarrollará Semmelweis su trabajo apenas cuatro años después, en la misma Maternidad de Viena que aún dirigía el Doctor Klein.

El descubrimiento

Al poco tiempo de empezar a trabajar en la Maternidad de Viena Semmelweis comienza a observar con preocupación la alta tasa de mortalidad entre las parturientas, entre fuertes dolores, fiebre alta y una intensa fetidez.

En este hospicio se disponía de dos salas de partos: una dirigida por el doctor Klein y otra por el doctor Bartch. En la primera, la mortalidad medida en 1842 había registrado una cifra del 30%, pero en los primeros meses de 1846, el año en que el joven médico húngaro entra a formar parte de la plantilla, la cifra ronda el 96%.[11] Utilizando un rudimentario método epidemiológico comienza a estudiar las diferencias en ambos pabellones: El de Klein es más frecuentado por los estudiantes de medicina, quienes atendían a las parturientas después de sus sesiones de medicina forense en el pabellón de anatomía. En cambio la sala de partos de Bartch es más utilizada por las matronas, pero cuando los estudiantes visitan su sala la mortalidad también aumenta en esta. Esto le lleva a formular la ingeniosa (y correcta) teoría de que los estudiantes transportan algún tipo de "materia putrefacta" desde los cadáveres hasta las mujeres, siendo ese el origen de la fiebre puerperal.

"...Una vez que se identificó la causa de la mayor mortalidad de la primera clínica como las partículas de cadáveres adheridas a las manos de los examinadores, fue fácil explicar el motivo por el cual las mujeres que dieron a la luz en la calle tenían una tasa notablemente más baja de mortalidad que las que dieron a luz en la clínica..."

El doctor Klein no está de acuerdo con las conclusiones de Semmelweis: sus propias teorías acerca del problema van desde la brusquedad de los estudiantes a la hora de realizar los exámenes vaginales hasta el hecho de que la mayor parte de ellos sean extranjeros (procedentes de Hungría, sobre todo).

De hecho Klein llega a expulsar a 22 de sus estudiantes, quedándose tan sólo con 20, pero esto no mejora la situación entre las mujeres que acuden a la clínica para dar a luz.[12] Se conservan algunas cartas de esta época de Semmelweis a su amigo Markusovsky: "No puedo dormir ya. El desesperante sonido de la campanilla que precede al sacerdote portador del viático, ha penetrado para siempre en la paz de mi alma. Todos los horrores, de los que diariamente soy impotente testigo, me hacen la vida imposible. No puedo permanecer en la situación actual, donde todo es oscuro, donde lo único categórico es el número de muertos".

En octubre de 1846 decide instalar un lavabo a la entrada de la sala de partos y obliga a los estudiantes a lavarse las manos antes de examinar a las embarazadas. El doctor Klein se niega a aceptar esta medida y el día 20 de ese mes despide intempestivamente a su ayudante.

A la espera de que Skoda le consiga una plaza en su Hospital emprende un viaje de dos meses por Europa con su amigo Markusovsky.

A la vuelta conoce la noticia de la muerte de Kolletchka, profesor de anatomía, tras producirse una herida durante una disección y desarrollar unos síntomas similares a los de la fiebre puerperal.

Este hecho le convence de que la causa son ciertos exudados presentes en los cadáveres:

"Este acontecimiento me sensibilizó extraordinariamente y, cuando conocí todos los detalles de la enfermedad que le había matado, la noción de identidad de este mal con la infección puerperal de la que morían las parturientas se impuso tan bruscamente en mi espíritu, con una claridad tan deslumbradora, que desde entonces dejé de buscar por otros sitios."

El rechazo

Por influencia de Skoda es admitido como ayudante en la sala del doctor Bratch. Aún no se conoce la existencia de los microorganismos causantes de las infecciones y sólo puede intuirse la existencia de los mismos a través de sus efectos y del olor que despiden: "Desodorar las manos, todo el problema radica en eso".

A petición suya los estudiantes de la sala del profesor Klein pasan a la sala del profesor Bartch: es mayo de 1847, y ese mes la mortalidad en esta sala sube del 9 al 27%.

Inmediatamente decide preparar una solución de cloruro cálcico y obliga a todos los estudiantes que hayan estado trabajando en el pabellón de disecciones ese día o el anterior a lavarse antes de examinar a las embarazadas, con lo que la mortalidad desciende al 12%.

Durante este período realiza un minucioso trabajo descriptivo acerca de los fallecimientos y las circunstancias en que se suceden, consulta los archivos y registros de la Maternidad de Viena desde su apertura en 1784 hasta 1848 y elabora tablas cruzando los datos de partos, defunciones y tasas de mortalidad para esos años.

En junio de ese año diagnostica de cáncer de útero a una mujer que se creía embarazada. Tras examinarla explora a cinco mujeres durante el parto; las cinco morirán por fiebre puerperal, lo que le permite generalizar sus conclusiones: la manos pueden ser vectores de transmisión de sustancias infectantes.

Decide extender la práctica del lavado con cloruro cálcico a cualquiera que vaya a examinar a las embarazadas, y la mortalidad cae al 0,23%.[10]

Y sin embargo, por vanidad o por envidia, los principales cirujanos y obstetras europeos ignoran o rechazan su descubrimiento. Llegan a afirmar que no es posible reproducir los resultados de su experimento, y que ha falseado las estadísticas obtenidas.[13] Solo cinco profesores le mostrarán apoyo público: Skoda, Rokitansky, Hébra, Heller y Helm. Sin embargo en la corte prevalece la opinión del doctor Klein y el 20 de marzo de 1849 Semmelweis es nuevamente expulsado de la Maternidad.

En palabras del profesor Hebra: "Cuando se haga la Historia de los errores humanos se encontrarán difícilmente ejemplos de esta clase y provocará asombro que hombres tan competentes, tan especializados, pudiesen, en su propia ciencia, ser tan ciegos, tan estúpidos".[10]

Se traslada de nuevo a su ciudad natal, en plena revolución húngara, y su amigo Markusovsky lo encuentra meses después viviendo en la miseria, con un brazo y una pierna fracturados, y hambriento. Gracias a él es aceptado en la Maternidad de San Roque de Budapest, y pasará los próximos años escribiendo en secreto su principal obra: De la etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal.

Los últimos años de Semmelweis

En 1854, tras la muerte de profesor Birly, es nombrado profesor de la Maternidad del clínico de la Universidad de Pest, y a partir de ese momento prácticamente desaparece la mortalidad por sepsis puerperal.

El ambiente hostil le empuja a escribir una carta a todos los profesores de obstetricia:

CARTA ABIERTA A TODOS LOS PROFESORES DE OBSTETRICIA

"Me habría gustado mucho que mi descubrimiento fuese de orden físico, porque se explique la luz como se explique no por eso deja de alumbrar, en nada depende de los físicos. Mi descubrimiento, ¡ay!, depende de los tocólogos. Y con esto ya está todo dicho... ¡Asesinos! Llamo yo a todos los que se oponen a las normas que he prescrito para evitar la fiebre puerperal. Contra ellos, me levanto como resuelto adversario, tal como debe uno alzarse contra los partidarios de un crimen! Para mí, no hay otra forma de tratarles que como asesinos. ¡Y todos los que tengan el corazón en su sitio pensarán como yo! No es necesario cerrar las salas de maternidad para que cesen los desastres que deploramos, sino que conviene echar a los tocólogos, ya que son ellos los que se comportan como auténticas epidemias..."

Este gesto empeora su situación pública y comienza un período de declive intelectual, en el que llega a pegar pasquines por las paredes de su ciudad en los que advierte a los padres de las mujeres embarazadas del riesgo que corren si acuden a los médicos.

Sufre alucinaciones, busca tesoros escondidos en las paredes de su casa y finalmente es internado en un asilo. Algunos autores han sugerido la posibilidad de que Semmelweis hubiera padecido durante estos años algún tipo de demencia precoz, o Alzheimer.

En abril de 1865, tras presentar síntomas de mejoría, es dado de alta. Aprovecha su libertad para entrar en el pabellón de anatomía donde, delante de los alumnos, abre un cadáver y utiliza después el mismo bisturí para provocarse una herida. Skoda acude a Budapest, pero tras tres semanas de fiebre y los mismos síntomas que los de las mujeres que tantas veces vio morir, él mismo fallece a los 47 años en brazos de su profesor.

El Hospicio General de Viena es actualmente un edificio rosa con verja negra; en su interior puede verse la estatua de un hombre sobre un pedestal que representa al profesor Semmelweis. Bajo la efigie se ha colocado una placa con la inscripción: "El salvador de las madres".

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(la foto del monumento no es el que aparece en Wikipedia. Ese es un busto de la emperatriz Sissí en el hospital Semmelweis. La foto original la podéis ver aquí. También hay una estatua en su honor delante de Instituto de Patología de la universidad Semmelweis en Budapest).

¿Simplemente un loco? ¿Un mártir por la ciencia? ¿Tendría algo que ver el desprecio y desprestigio profesional y personal que sufrió con su posterior demencia? Su historia nos emocionó a los dos. A mi, profundamente, y no se me va de la cabeza. Me recordó a Consuelo, otra adelantada a su tiempo, incomprendida, que también ‘osó’ dirigirse en carta abierta a los obstetras de su tiempo… los dos me recordaron una gran cita, no recuerdo ahora de quién, que afirmaba que ‘todos aquellos que quisieron traer luz, fueron colgados de un farol’… Qué frustrante debe ser el ver la cosas con tanta claridad, y que todo el mundo insista en llamarte loco… murieron sin recibir el reconocimiento debido, menos mal que el tiempo acaba poniendo todo en su sitio.

7 comentarios:

  1. Sí, qué lástima el hombre. Voy a compartirlo ¿vale?

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  2. Claro, guapa, muchas gracias :)

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  3. Por cierto, cuando llegues al "meneíllo" acuérdate de mi ;)

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  4. Qué fuerte, qué cosas, muy intereante Caro.

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  5. Qué buena historia.
    Yo disfruté mucho La Revolución del Nacimiento, y la página de Isabel, Holistika, es un verdadero tesoro de artículos imprescindibles.
    El anonimato de este señor no me extraña, va en el tono de toda la ignorancia que hay al respecto del mundo del embarazo, el parto y la crianza, como lo que hemos comentado de que la persona que más sepa en España sobre mastitis humanas sea un veterinario.
    Besos, gracias!!!

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  6. Me alegro de que os haya parecido interesante :)

    Es que, ya no sólo por el tema, cuando descubro a una persona, anónima o no, cuyo trabajo nunca le fue reconocido en vida, me da mucha rabia. Todos merecemos que nos digan lo que hacemos bien. Al fin y al cabo, la tónica es que sólo se nos diga algo cuando metemos la pata.

    Sí, Ile, la página de Holístika me gusta muchísimo, he leído cosas super interesantes, y allí 'descubrí' a Consuelo Ruiz :)))))

    Gracias a todos por leer y comentar :)

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