martes, 21 de mayo de 2013

Qué difícil es decir adiós

Lo sabía poquita gente, pero la semana pasada aún estaba embarazada. El sábado hubiera cumplido 8 semanas.
Estaba pletórica. Era un embarazo muy deseado, traído por más serenidad que el deseo que trajo a Mateo. Fue un embarazo de cuento.
Sin rastro de mi temida hiperemesis, sin náuseas, apenas algo de revoltura si dejaba sentir el hambre… mucho sueño, mucha hambre, algo de cansancio y la deliciosa sensación de ver crecer mis pechos, con un poco de dolor (recuerdo que no tenía de mi primer embarazo).
Iba todo el día como pisando nubes. Pensé tantas veces durante esos días cómo se podía ser tan feliz; me pasaba el día observando a mi marido y a Mateo, sonriendo, tocándome la tripa, sonriendo… a veces también tenía miedo. Miedo de sentirme tan bien. A quienes hemos tenido otros embarazos muy difíciles, o al menos a mi me ocurría, nos cuesta creer que, de veras, podamos tener tanta suerte. Que todo sea tan fácil. Yo tenía un miedito pequeñito de que todo fuera demasiado bien (idea intrusa, alguien sabrá a lo que me refiero si lee esto).
Pero decidí, como dije en algún momento, que era un embarazo de CONFIAR y ACEPTAR. De mandar miedos a la mierda, de vivir realmente día a día, sin temer al mañana, sin hacer planes. Solo ser, y disfrutar cada día.
El viernes pasado, al ir al baño, me limpié un flujo un poco raro, y me dio muy mala espina. Llamé a mi marido, y fuimos a urgencias. Allí nos dijeron que se veían dos saquitos vitelinos y dos embriones… no teníamos ni idea de que fueran dos, y nos enteramos allí y así. Pero no tenían latido, y por lo que medían, eran una semana más pequeños de lo que les correspondía. Por un segundo quise confiar en el error ecográfico (que ocurre muuuuuuy a menudo, especialmente en esas semanas). Le médica me preguntó si mis reglas eran regulares, y le contesté que lo son, aunque suelo ovular más allá de los 14 días. Pero eso daba 3 o 4 días de diferencia en realidad. Me dijo que la hipótesis más probable era que se hubieran ‘parado’ la semana anterior. En mi confusión del momento le pregunté que entonces que se suponía que debíamos hacer, y me empezó a hablar de medicación. Y enseguida le dije que no, gracias, que prefería un manejo expectante. Y sin más pregunta ni explicación me dijo que volviera a los 7-10 para otra revisión ecográfica, a ver cómo había evolucionado todo.
Sobre la nula información que se me ofreció cuando dije que prefería un ‘manejo expectante’ es motivo de otra entrada, extensa, y que no voy a tratar aquí.
Volver a casa fue muy duro. Aunque quería mantener alguna esperanza, algo me decía que no había motivos para ella, y mayor aún que el dolor de ser consciente de lo que nos estaba ocurriendo, era el tener que contárselo a Mateo, que sabía de la existencia del bebé y estaba ilusionadísimo. Fue muy difícil, pero nunca quisimos esconderle la alegría y tampoco íbamos a esconderle la pena. Lo encajó como pudo, al principio con alguna confusión… y poco a poco aceptándolo.
El viernes no ocurrió nada más. Lágrimas y tristeza, pero no manchaba más, no tenía dolor físico.
El sábado por la tarde sí. Salimos un ratito a airearnos, y el paseo me propició las contracciones. Empecé a tener un dolor como cuando me dolía fuerte la regla (hacía tanto tiempo ya que no me pasaba) y a notar que se me iba mucha sangre. Volvimos a casa, seguí sangrando mucho, y al ratito, expulsé los restos de mis pequeñines. Al tenerlos en la mano me entró un llanto incontrolable, pero tremendamente reparador. Después, empecé a sangrar menos, y el dolor fue cediendo. El sangrado ha ido evolucionando a menos, y apenas tengo dolor. Físico.
Me duele el corazón. Me duele  mi útero vacío, que los echa de menos. Me duelen los brazos, de pensar que no les abrazaré nunca…
Me duele ver fotos de mellizos o gemelos, e imaginarme uno en cada brazo y uno en cada teta.
Tengo dolor. Pero no tengo sufrimiento.
No me pregunto ‘por qué a mi’, o ‘por qué ahora’. Conozco a muchas mujeres que han pasado por esto, y he vivido más o menos cerca su experiencia. Eso me ha ayudado a comprender que ese riesgo lo corremos todas. Yo también sabía que a mi me podía pasar ¿por qué iba a ser una excepción? esperaba tener suerte y que no fuera así… pero… la Vida tiene su propio plan. No es un consuelo, porque comprender eso, ni nada, no te va a devolver a tus hijos. Pero te ayuda a aceptar. A mi al menos sí me ha ayudado.
También me han ayudado las palabras de mi amiga Mónica. Nos escribimos (aunque le debo una llamada) y también me ofreció ver una ponencia que hizo para unas jornadas de muerte perinatal. Si alguien está interesado, podéis verla pinchando aquí. Creo que merece muchísimo la pena. Se titula ‘Gestión autónoma del dolor en el duelo por aborto’.
Y por último, he de decir que además de la pena, he sentido mucho agradecimiento. A la Vida, por haberme regalado la oportunidad de sentirla una vez manifestándose dentro de mi; a mis pequeños, porque el poquito tiempo que compartimos me regalaron momentos de felicidad, plenitud, compresión y liberación como no he sentido antes. Yo siempre digo que cada hijo viene, no con un pan, sino con una lección que enseñarnos bajo el brazo. Ellos también me la han traído, y nunca lo olvidaré. Agradecimiento a mi cuerpo sano, que ha sabido reaccionar tan bien. Para acoger la vida, y para despedirla. A mi pequeño útero, que ha servido de cuna durante menos tiempo del que nos habría gustado, pero ahí los ha tenido, y lo ha intentado…
Hoy cumplo 37 años. Y voy a celebrar que estoy VIVA, y que me pasan muchas cosas, buenas y no tan buenas, y que de todas tengo algo que aprender.
Y me despido con una canción. Esto es algo verdaderamente íntimo. Es una canción cuyo estribillo no se me fue de la cabeza desde que empecé a notar que mis pequeños se habían ido.
Os quiero, bebés. Vuestro papá y Mateo, el mejor hermano mayor del mundo, os queremos. Os echo de menos. Mi cuerpo os echa de menos, y siempre, de alguna manera, estaréis conmigo. GRACIAS por haberme elegido, GRACIAS por el regalo de vuestra presencia.
velas