la mamá de Mateo (y de Inés)
La misma, pero distinta :) doce años en el camino de la maternidad.
viernes, 11 de marzo de 2016
Sigo siendo Nerea
jueves, 11 de febrero de 2016
Yo soy Nerea
Tras todo este tiempo de silencio, de parto y nuevo puerperio, no encontraba nunca el momento en el que volver y abrir las ventanas... Y aunque hace dos días le prometí a una amiga que le iba a dedicar el primer post de la vuelta (sí, tú sabes quién eres, jejeje), va a tener que esperar. Porque lo que finalmente me ha sacudido y me ha hecho volver al ruedo es la historia de otra mujer, Nerea, y otro bebé. El suyo.
Nerea González, de Valladolid, ingresó en la prisión de Villanubla el pasado 26 de enero, después de que el Supremo le denegase el indulto que solicitó. En 2011 tanto ella como su ex-pareja incumplieron sus mutuas órdenes de alejamiento, tras haber sido ambos condenados a nueve meses de prisión por un delito de lesiones. Desde entonces ha estado en tratamiento psicológico para salir de aquella relación abusiva, y cumplió parte de su primera condena haciendo servicios a la comunidad. Y no sólo eso, sino que rehizo por completo su vida, se casó, y ahora tiene un bebé de 15 meses. Un bebé que toma teta, y que está llevando fatal esta separación, como se puede imaginar.
La prisión de Villanubla no tiene módulo de madres, por lo que Nerea no puede tener a su bebé con ella. Tampoco parece que quieran trasladarla a un centro donde lo haya, ni han contestado aún a su petición de tercer grado. La mayor parte de las veces que se saca leche la tiene que tirar, porque no se la pueden hacer llegar a su niño. Y su niño mientras, no entenderá nada, y sufrirá. Todas las que tenemos bebés podemos ponernos en ese lugar. En la situación de que nuestro bebé no pudiera vernos, tocarnos, olernos, acurrucarse en nuestros brazos, tomar su tetita para alimentarse, para calmarse, para conciliar el sueño, de día, y en las largas noches. Puedo imaginar muy bien la tortura de ese bebé que la echa de menos, y de ese padre que se las verá putísimas para poder calmarle, cuando él sólo quiere a su mamá. Ya se me vuelven a empañar los ojos. ¿A ti no?
Y empatizo totalmente con el dolor de Nerea como madre. Pero ella es adulta, y comprende. Ella no se niega a terminar de pagar su condena. Pero estamos olvidando los derechos de ese bebé que depende de ella. Física y emocionalmente. No hay derecho a que un bebé sufra, cuando hay alternativas. La justicia ha de ser JUSTA.
Por eso muchas personas nos hemos unido para luchar por ello, para que la justicia sea justa, y humana, y pedir para Nerea el tercer grado o directamente el indulto, dadas sus circunstancias. Si te quieres unir a nosotros, aquí puedes encontrar mucha información, en la Plataforma de Apoyo a Nerea. Concesión del tercer grado. en Facebook.
Puedes firmar en la petición que hemos organizado en Avaaz: Ministro de Justicia, Director del centro penitenciario de Villanubla: Indulten a Nerea o concedan el tercer grado.
Y de cualquier forma que se te ocurra. Usando el logo que hemos diseñado para ello, el que ilustra este post, como imagen de perfil en tus redes sociales y difundiendo por Twitter a través del hashtag #YoSoyNerea.
Muchas gracias por tu colaboración
p.d. Encontrarás más información sobre su caso en este artículo: "He rehecho mi vida, tengo dos hijos, uno de quince meses; ir a prisión ahora me rompe", del periódico El Norte de Castilla.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Hiperemesis: strike 2
Curiosamente, cuando escribí mi última entrada, uno de esos apoyos que me estaba dando aliento, sin yo querer darme cuenta, era mi nuevo hijo desde mi vientre.
Así es. Estoy embarazada de nuevo :)
El día que escribí aquello, me venían lágrimas a los ojos. Que achacaba sólo a la emoción de sentirme tan apoyada en un mal momento; pero, en el fondo de mi ser, SABÍA que había algo más. Sólo que no me atrevía ni siquiera imaginarlo. No podía creer que pudiera tener tanta suerte...
Ese día fuimos a una reunión con unos amigos. Y yo me sentía extraña. Como si no estuviera sola... y efectivamente no lo estaba. Por la noche, estaba espídica. Sentía una agitación extraña, estaba super alegre... recordando tantas lecciones aprendidas en los últimos tiempos. Y de repente sentí la necesidad urgente de terminar una cosa. Tenemos un lienzo, donde pensábamos plasmar nuestras huellas junto con las de Mateo. Pero Mateo las había plasmado allí hacía mas de un año y nunca encontramos el momento para acabarlo. Sentí que quería 'completarlo', poner mis manos, las de Fran, y, sobretodo, plasmar la presencia de nuestros bebés de agua... cuando Mateo se durmió nos pusimos a la tarea, y cuando acabé de pintar mis 'dos estrellitas'... qué sensación de paz. Oía casi una voz que me decía 'ahora sí'. Pero esa voz no era mía... Y al día siguiente por fin me atreví a coger un test de embarazo y salir de dudas. Y allí tenía me respuesta.
Eso me ha demostrado, una vez más, que no hay existencia tan pequeña que no se deje sentir, ni voz tan pequeña que no se haga oir... :)
Intenté no entrar en pánico en los primeros días, y aunque creo que no lo hice, verdaderamente no se me pegaba la camisa al cuerpo. Y esta vez ya no tuve ganas de compartir tan temprano la noticia.
Las semanas 4 y 5 fueron muy tranquilas. Aunque me mirase las bragas cada cuarto de hora...
Y se acabó la tranquilidad.
En la semana 6 empecé a sentir náuseas. Leves, al principio. Las controlaba descansando, comiendo, chupando algún caramelo de jengibre. Empecé a comer y beber menos.
En la semana 7 empecé a vomitar. Una vez al día. Después ya fueron dos. Tres... cada vez comía menos. Por las mañanas, nada. Primera visita a urgencias, por los vómitos, con ataque de pánico. Era 7+5, igual que cuando perdimos a los mellizos... esta vez sólo había uno, pero latía. Latía. Primperán recetado.
En la semana 8, ni primperán ni primperón, ya vomitaba 4 veces al día. Casi todas por la mañana, y en ayunas. Alguna (más) por las noches.
Y aquí ya puse rodilla en tierra, viendo que mi temida pesadilla se hacía realidad. Pasaba la mañana en cama, desfallecida de vomitar y de debilidad, y dormía. Mi marido tuvo que empezar a llevar solo el niño al cole, y volver al mediodía para recogerle y darle de comer. Yo enclaustrada en la habitación, porque cualquier olor de comida me ponía malísima. El agua me sabía fatal, y bebía poquísimo. El momento de decirle por fin a Mateo que teníamos de nuevo otro bebé en la barriga, y que por eso estaba así. Que cuando estaba él en mi barriga también me había pasado. Que era 'normal', que les pasa a algunas mamás, y que los bebés no tienen la culpa; es sólo que a veces los cuerpos de las mamás no se adaptan bien. Que sintiéndolo con todo mi corazón iba a pasar un tiempecito en el que mamá no podría acompañarle a la escuela, ni hacer de comer, ni jugar con él... calendario en mano, para que pudiera hacerse una idea del tiempo. Cuántas lágrimas, de ambos, de la impotencia ante tantas situaciones...
Esta vez decidí pedir ayuda, llamado al que gracias a Dios contestaron mi madre y mi suegra con prontitud. Hicieron todo mucho más fácil: tener comida lista, alguien que hacer compra, ayudar con la intendencia de la casa, un apoyo inestimable para con Mateo, para que no se sintiera tan solo... qué habría sido de nosotros sin las abuelas.
A mitad de la semana 8, con 10 kilos perdidos, y un día de 5 vomitonas seguidas, decido que es buena hora de volver a urgencias. Siento los primeros bocados de la deshidratación y pienso que si quizá voy antes que fui con Mateo, lo podamos atajar antes. Me dejan ingresada cinco días. Sueros, medicación, ayuno... y lo que implica la estancia en el hospital. Sobre todo, la separación de Mateo. Que puso todo todito de su parte, mi corazón... pero sé que pasó ratos muy durillos.
El suero me rehidrata, pero la medicación no me hace gran cosa para el vómito, porque sigo con una media de 3 al día... eso sí, cuando llego a casa compruebo que ya no puedo dejar la ranitidina porque, si no, vomito fuego, literalmente. La semana 9, el climax... ahí la desesperación me lleva al recuerdo del embarazo de Mateo, de sentirme en una odiosa montaña rusa, que pido a gritos que alguien pare y nadie me oye. Afortunadamente, tengo el amor de mi marido, de mi hijo, de mi madre y de mi suegra, y todos sus cuidados para que sólo me preocupe de descansar todo lo que pueda...
Como en el hospital parecía que aceptaba caldos y purés de verdura sin vomitarlos, los dos últimos días, pues luego en casa pasan a ser mi dieta fundamental. Mi hermana me sugiere que complemente con batidos de esos de farmacia para estados carenciales, y parece que me funciona. Mi única fruta, la manzana asada..
Todo sigue más o menos igual las siguientes semanas. Bajo de vomitar 4 veces a 3, y por las tardes voy encontrándome mejor. Lo que quiere decir que tengo el humor y el cuerpo suficiente para levantarme de la cama y compartir espacio con mis seres queridos y hablar con ellos. Incluso para contestar alguna llamada de teléfono (porque hablar mucho rato también me revuelve...). Sigo todo el día en pijama porque no, no tengo fuerzas para salir a dar esos 'paseítos' que la gente que no me ha visto tan ingenuamente me recomienda. La gente que no entiende que, cuando te sientes así, no son sólo los olores y los sabores lo que te produce repulsión, sino fundamentalemente el MOVIMIENTO. A veces, tan sólo el movimiento de los ojos. Abrirlos, al despertarte y salir disparada al baño. Hacer el mínimo gesto de incorporarte, o cambiar de postura, toser, o estornudar...
Cuando vomitas tantísimas veces, DIARIAMENTE, durante muchos días (y lo mío es poco comparado con casos verdaderamente graves) tu vida gira alrededor de una sola cosa: no vomitar ni una sola vez más. Si tu cuerpo te dice que cuando estás quieta vomitas menos que si te mueves, que si estás mejor en silencio que hablando... es sólo lógico que una mujer sólo desee estar quieta y en silencio. Nadie conoce tu cuerpo ni lo que pasa en él mejor que tú: escúchate, y pasa de consejos bienintencionados, pero erróneos y tremendamente culpabilizadores. Porque si alguien insiste mucho, acabas por plantearte si verdaderamente estás tan mal o podrías hacer algo más. NO, NO PUEDES HACER NADA MÁS, CREEME. Y no te sientas culpable.
Llega otro asqueroso síntoma bien conocido del anterior embarazo: el ptialismo o sialorrea. Producir grandes cantidades de saliva; tanta, que una se ve obligada a acabar escupiéndola. TODO-EL-TIEMPO. DÍA Y NOCHE. Esto no duele, y no es comparable al vómito, pero imagino que se puede hacer uno una idea de lo incómodo que es. Sobre todo cuando te impide el sueño, o el intercambio social normal. Yo he estado enclaustrada en mi casa, con un vasito de babas que me sigue a todas partes, y no puedo imaginar cómo se lo monta alguien que sí o sí necesite salir de casa y estar en contacto con más gente.
Sobre la semana 14, empiezo a bajar de vomitar 3 veces a 2 o 1 muchos días. Empiezo a tolerar más cositas de comer, especialmente cosas dulces, como los dulces caseros que me prepara mi marido, o los primeros dulces de navidad; las castañas asadas, también, y lo voy intercalando con la 'monodieta'. Y afortunadamente, voy tolerando mejor los olores, como los de la comida, y ya no necesito esconderme cuando mi marido cocina (si no son sofritos) o están comiendo.
Tengo algún glorioso día de regalo en los que no vomito, y mi estómago lo nota, y todo mi cuerpo. Y ya no recuerdo qué día fue, se me antojó probar una empanadilla de las que se habían preparado los chicos para cenar. Qué rica me supo! Y estuve cenando empanadillas acompañando el puré de verdura días y días :) nueva comida fetiche. Otro de esos días probé la 'comida', un plato que se hace en casa de mi marido. Un puchero que lleva garbanzos, judías blancas, arroz, un poco de carne y cardos, y me supo deliciosa. Empiezo a dejar los batidos, porque ya no me apetecen: prefiero la comida de verdad.
Y llego hasta estas semanas, la 17 en la que estoy. En la que sigo ayunando hasta el mediodía, pero a partir de entonces empiezo a comer con mayor normalidad. En la última semana enganché cuatro días sin vomitar, y me sentía en las nubes. Hoy he vuelto, no sé si porque tocaba o porque ayer me pasé de lista y quise saltarme la ranitidina de la noche pensando que esto 'iba bien', y esta mañana me ha tocado vomitar fuego, lo que me ha jodido un poco el día. También sigo con el primperán, que lo dejé al salir del hospital porque no me hacía nada igualmente y al que le decidí dar otra oportunidad.
¿Saldré de esto?¿Tendré la oportunidad de tener una segunda parte de embarazo de ensueño, como con Mateo? Lo desconozco. Lo sueño, pero lo desconozco. Pero lo que es cierto es que esta vez he vivido la hiperemesis un poco diferente. Además de porque es posible que haya sido algo más leve que cuando Mateo, también porque ya tenía la referencia de la primera experiencia. Ya SABÍA lo que era esto. Sabía que me podía volver a pasar, sabía lo que podía esperar. Que no es consuelo, pero si te ayuda a resignarte, porque tú has buscado ese bebé aún sabiendo que éste era el riesgo que corrías. Obviamente que te vuelve a pasar factura, yo no he sido capaz de 'sobreponerme' a ello, la verdad. Pero creo que sí me ha servido para resignarme, no intentar luchar contra ello, no malgastar energía llorando demasiado y maldiciendo mi suerte... porque en estos años de maternidad he llegado a conocer la experiencia de muchas otras mujeres, y he comprendido que, aunque esto es jodido a tope, a otras les tocan otras cosas igual de jodidas y más. Que no es nada 'personal' y que sólo me quedaba aceptarlo. También me ha servido el bajar la cabeza y ser capaz de pedir ayuda, y de aceptarla, porque solos de ninguna manera habríamos podido. Esa ayuda de nuestras madres, y los ánimos, de muchos amigos y amigas, y en particular de una que ha estado conmigo via sms casi a diario durante estas semanas, mi querida Ruth...han sido fundamentales.
Sigo pensando en la poquísima información que hay, a todos los niveles, sobre la hipermesis en nuestro país, y en nuestro idioma. En parte eso me lo ha demostrado que la página con el récord de visitas en este blog fuera el primero que escribí sobre ello. Aprovecho desde aquí para disculparme con todos los comentarios que dejé sin contestar en la otra entrada. Llegó un momento en que me sobrepasó, de verdad. Yo sólo sé lo que sé por mi experiencia, no tengo autoridad alguna. Y además empezaba mi deseo de otro embarazo y no quería pensar en este tema para nada, porque cada vez que me sobrevolaba, me entraban dudas...Y la otra parte que me ha demostrado esta falta de información ha sido la ignorancia que me han seguido demostrando, especialmente dolorosa, los profesionales sanitarios con los que me he encontrado.
Seguimos haciendo camino.
EDITO PARA AÑADIR: el testimonio de Besonder, desde su blog La Voz de la Hiperemesis. Muy duro, y yo creo que necesario.
domingo, 8 de septiembre de 2013
Solo, llegas antes; acompañado, más lejos.
Un batallón se desplaza lenta y pesadamente, en silencio, sobre una estepa nevada...
Un soldado camina junto a sus compañeros. Intenta seguir el paso, a veces se queda atrás. Tiene un herida sangrante desde la última batalla, que logra contener apretándose con un puño.
Algunos compañeros, que le conocen bien, no le quitan ojo de encima. Saben lo que ocurre. Varios le preguntan que si está bien. Y él asiente con la cabeza, les sonríe. Todos vuelven a sus puestos.
Pero la marcha acaba haciéndose insoportable para este soldado y, en un momento dado, cae de rodillas al suelo, sujetándose esa herida, llorando, susurrando 'No puedo más, no puedo seguir, no puedo más...'.
Se siente desfallecer.
Casi no llega a tocar el suelo, cuando ya está rodeado. Un amigo, el más querido, le coge por debajo de las axilas y lo levanta. 'Vamos, vamos, yo te ayudo'. Otros más llegan, le abren la casaca. Le desabrochan con rapidez la camisa, ven enseguida su herida, porque ya saben dónde está... entre todos consiguen taponarla, y ya no sangra. Duele cuando la taponan, pero ya no sangra. Nadie sabe cuándo va a cicatrizar del todo, pero... es que eso es así. El soldado llora de emoción entre los muchos abrazos, palabras de ánimo. Sabe que no está solo, y sabe que no tiene que soportar en silencio su dolor.
Y con fuerzas renovadas, y la mirada limpia, que para eso sirven las lágrimas, sigue caminando, con paso decidido.
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Dedicado a mis soldad@s, conocidos y anónimos, por salir al quite sin dudar. Porque sin duda alguna el dolor que más duele es el que se sufre en silencio, el que puede parecer nimio. No lo olvidaré nunca, las lecciones enseñadas tampoco.
jueves, 5 de septiembre de 2013
El duelo: un viaje que no sabes cuándo termina
Han pasado ya casi cuatro meses... y siento la necesidad de escribir esto por varios motivos.
Han pasado cuatro meses, y no estoy bien. Tengo días buenos, pero también tengo días horribles.
Cuando ocurrió todo, y cuando lo conté, siento que estaba inmersa en el proceso, y que vivir la pérdida de una forma fisiológica me dio una fuerza y una claridad de ideas inequívoca. Pero mi error entonces fue pensar que, como me parecía que lo había 'encajado' bien, el duelo no sería un proceso farragoso. Repito, me equivoqué. Supongo que fue tanto como asumir que una mujer que de a luz de forma natural no va a tener depresión posparto. Una memez. Y necesitaba decirlo en voz alta para que nadie se crea que por tener una buena experiencia en cuanto a lo meramente físico en una pérdida, está todo hecho. Ni mucho menos.
Mi recuperación física fue espectacular. Pero el 'puerperio vacío' me devolvió todos los miedos que mis pequeños habían conseguido alejar y otros pocos más, y ahí andamos, viendo quién gana la batalla. De momento, ganan ellos.
Otro motivo para escribir esto son dos necesidades: la de pedir perdón por mis muchos silencios, o ausencias que hay quien no pueda comprender, y sobre todo, la de agradecer (porque creo que no lo hago lo suficiente) a las personas que más me han ayudado en este tiempo. A las personas que no han dado por sentado que YA han pasado cuatro meses y debo estar fenomenal; a esas personas, las mismas, que cuando me ven, o hablamos, y me abrazan, se atreven a mirarme a los ojos y preguntarme 'Y tú? Cómo estás TÚ?', y la emoción me embarga hasta las lágrimas, de lo cerca que les siento de mi corazón.
Son muy pocas personas, pero si leen esto, y creo que lo harán, necesito deciros, aquí, en mi lugar de desahogo, GRACIAS, y OS QUIERO MUCHO. Ojalá hubiera más personas como vosotr@s en este mundo. Uno se da cuenta que no son personas al azar, son personas que tienen en común dos cosas: quererte mucho, y comprender, por haber vivido en carne propia o muy cerca, lo que es esto. Ojalá pueda devolveros siempre a razón de lo recibido.
martes, 21 de mayo de 2013
Qué difícil es decir adiós
Estaba pletórica. Era un embarazo muy deseado, traído por más serenidad que el deseo que trajo a Mateo. Fue un embarazo de cuento.
Sin rastro de mi temida hiperemesis, sin náuseas, apenas algo de revoltura si dejaba sentir el hambre… mucho sueño, mucha hambre, algo de cansancio y la deliciosa sensación de ver crecer mis pechos, con un poco de dolor (recuerdo que no tenía de mi primer embarazo).
Iba todo el día como pisando nubes. Pensé tantas veces durante esos días cómo se podía ser tan feliz; me pasaba el día observando a mi marido y a Mateo, sonriendo, tocándome la tripa, sonriendo… a veces también tenía miedo. Miedo de sentirme tan bien. A quienes hemos tenido otros embarazos muy difíciles, o al menos a mi me ocurría, nos cuesta creer que, de veras, podamos tener tanta suerte. Que todo sea tan fácil. Yo tenía un miedito pequeñito de que todo fuera demasiado bien (idea intrusa, alguien sabrá a lo que me refiero si lee esto).
Pero decidí, como dije en algún momento, que era un embarazo de CONFIAR y ACEPTAR. De mandar miedos a la mierda, de vivir realmente día a día, sin temer al mañana, sin hacer planes. Solo ser, y disfrutar cada día.
El viernes pasado, al ir al baño, me limpié un flujo un poco raro, y me dio muy mala espina. Llamé a mi marido, y fuimos a urgencias. Allí nos dijeron que se veían dos saquitos vitelinos y dos embriones… no teníamos ni idea de que fueran dos, y nos enteramos allí y así. Pero no tenían latido, y por lo que medían, eran una semana más pequeños de lo que les correspondía. Por un segundo quise confiar en el error ecográfico (que ocurre muuuuuuy a menudo, especialmente en esas semanas). Le médica me preguntó si mis reglas eran regulares, y le contesté que lo son, aunque suelo ovular más allá de los 14 días. Pero eso daba 3 o 4 días de diferencia en realidad. Me dijo que la hipótesis más probable era que se hubieran ‘parado’ la semana anterior. En mi confusión del momento le pregunté que entonces que se suponía que debíamos hacer, y me empezó a hablar de medicación. Y enseguida le dije que no, gracias, que prefería un manejo expectante. Y sin más pregunta ni explicación me dijo que volviera a los 7-10 para otra revisión ecográfica, a ver cómo había evolucionado todo.
Sobre la nula información que se me ofreció cuando dije que prefería un ‘manejo expectante’ es motivo de otra entrada, extensa, y que no voy a tratar aquí.
Volver a casa fue muy duro. Aunque quería mantener alguna esperanza, algo me decía que no había motivos para ella, y mayor aún que el dolor de ser consciente de lo que nos estaba ocurriendo, era el tener que contárselo a Mateo, que sabía de la existencia del bebé y estaba ilusionadísimo. Fue muy difícil, pero nunca quisimos esconderle la alegría y tampoco íbamos a esconderle la pena. Lo encajó como pudo, al principio con alguna confusión… y poco a poco aceptándolo.
El viernes no ocurrió nada más. Lágrimas y tristeza, pero no manchaba más, no tenía dolor físico.
El sábado por la tarde sí. Salimos un ratito a airearnos, y el paseo me propició las contracciones. Empecé a tener un dolor como cuando me dolía fuerte la regla (hacía tanto tiempo ya que no me pasaba) y a notar que se me iba mucha sangre. Volvimos a casa, seguí sangrando mucho, y al ratito, expulsé los restos de mis pequeñines. Al tenerlos en la mano me entró un llanto incontrolable, pero tremendamente reparador. Después, empecé a sangrar menos, y el dolor fue cediendo. El sangrado ha ido evolucionando a menos, y apenas tengo dolor. Físico.
Me duele el corazón. Me duele mi útero vacío, que los echa de menos. Me duelen los brazos, de pensar que no les abrazaré nunca…
Me duele ver fotos de mellizos o gemelos, e imaginarme uno en cada brazo y uno en cada teta.
Tengo dolor. Pero no tengo sufrimiento.
No me pregunto ‘por qué a mi’, o ‘por qué ahora’. Conozco a muchas mujeres que han pasado por esto, y he vivido más o menos cerca su experiencia. Eso me ha ayudado a comprender que ese riesgo lo corremos todas. Yo también sabía que a mi me podía pasar ¿por qué iba a ser una excepción? esperaba tener suerte y que no fuera así… pero… la Vida tiene su propio plan. No es un consuelo, porque comprender eso, ni nada, no te va a devolver a tus hijos. Pero te ayuda a aceptar. A mi al menos sí me ha ayudado.
También me han ayudado las palabras de mi amiga Mónica. Nos escribimos (aunque le debo una llamada) y también me ofreció ver una ponencia que hizo para unas jornadas de muerte perinatal. Si alguien está interesado, podéis verla pinchando aquí. Creo que merece muchísimo la pena. Se titula ‘Gestión autónoma del dolor en el duelo por aborto’.
Y por último, he de decir que además de la pena, he sentido mucho agradecimiento. A la Vida, por haberme regalado la oportunidad de sentirla una vez manifestándose dentro de mi; a mis pequeños, porque el poquito tiempo que compartimos me regalaron momentos de felicidad, plenitud, compresión y liberación como no he sentido antes. Yo siempre digo que cada hijo viene, no con un pan, sino con una lección que enseñarnos bajo el brazo. Ellos también me la han traído, y nunca lo olvidaré. Agradecimiento a mi cuerpo sano, que ha sabido reaccionar tan bien. Para acoger la vida, y para despedirla. A mi pequeño útero, que ha servido de cuna durante menos tiempo del que nos habría gustado, pero ahí los ha tenido, y lo ha intentado…
Hoy cumplo 37 años. Y voy a celebrar que estoy VIVA, y que me pasan muchas cosas, buenas y no tan buenas, y que de todas tengo algo que aprender.
Y me despido con una canción. Esto es algo verdaderamente íntimo. Es una canción cuyo estribillo no se me fue de la cabeza desde que empecé a notar que mis pequeños se habían ido.
Os quiero, bebés. Vuestro papá y Mateo, el mejor hermano mayor del mundo, os queremos. Os echo de menos. Mi cuerpo os echa de menos, y siempre, de alguna manera, estaréis conmigo. GRACIAS por haberme elegido, GRACIAS por el regalo de vuestra presencia.
viernes, 5 de abril de 2013
Burn-out maternal
Ayer descubrí, gracias a uno de mis contactos de Facebook, un artículo titulado: “El agotamiento de las madres”. Y tanto por un momento personal reciente, como por la situación de varias mujeres a las que quiero mucho, llamó poderosamente mi atención.
Bien es cierto que el enfoque no me gusta del todo, pues sólo se centra en la experiencia de las madres que se quedan en casa (como si el agotamiento fuera exclusivo de esas mujeres), y desde luego no me gusta el final, que soluciona el burn-out materno con el retorno al trabajo remunerado (ja!). Pero me sirvió de reflexión, y ahora de pie para un análisis propio.
El agotamiento de las madres existe. Parece una obviedad pero no lo es, porque hay mucha gente que lo niega. La maternidad está tan idealizada, y más en el entorno de la crianza respetuosa, que pareciera que una madre no se puede agotar, y como resultado de ello, acabar siendo la madre que menos le gustaría ser a esa persona. Parece un estigma decir que, por momentos, el cuidado de tu hijo/a/os/as te agota.
Pero en el artículo se entremezcla el agotamiento por dos causas que a mi parecer son distintas: una es el cuidado de los niños, y otra las tareas de la casa. Conmigo no va lo de equiparar “ser madre”(ni siquiera en casa) con “señora de la limpieza”. Pero la autora del artículo sí lo mezcla, como si irremisiblemente una cosa fuera con la otra. Te puede agotar tener que hacer todo lo de la casa, te puede agotar cuidar de tus hijos a tiempo completo, o las dos cosas juntas, o ninguna (porque tengas, afortunadamente, toda la ayuda del mundo). Yo siempre he dicho que ‘MADRE EN CASA’ no es AMA DE CASA. Por más que al ser la persona que no trabaja fuera es lógico que tenga más carga que el que sí lo hace. Por tanto, una solución clarísima al agotamiento de las madres es, una vez más, la tan traída y llevada CORRESPONSABILIDAD de los padres. La tarea de ‘madre en casa’ no son 8 horas ni 10 ni 12, son 24, y no es comparable a ninguna otra jornada laboral. Por tanto lo suyo es que cada pareja, cuando vuelva a casa, haga lo que le toca. Tanto de la casa, como con sus hijos. Y en eso cada familia se debería poder organizar como mejor pueda, siempre buscando el equilibrio para que nadie acabe QUEMADO. Lo cual, añadamos, es dificilísimo en unas circunstancias socioeconómicas como en las que vivimos, en las que gran parte de ambos adultos en una casa están ya lo suficientemente quemados con sus propias jornadas de trabajo. Contra eso, no se nos olvide, también deberíamos de luchar.
Vaya, que no me vale eso de que ‘es que como tú estás en casa, como tú has decidido quedarte (la que lo haya decidido, otras muchas ni eso pueden), eso lo tienes que hacer tú, es TU tarea’. Y quien acepte esto, de entrada está siendo irrespetuosa consigo misma. Pero también con sus hijos, no nos engañemos, que el modelo de familia, como todos nuestros ejemplos, es con lo que se quedan. Tampoco se trata de pasarse por el otro lado (que casos hay): yo sólo cuido del niño, y cuando el otro vuelve de trabajar, le toca todo lo de la casa y si puede el niño, también claro. ¿He dicho ya la palabra EQUILIBRIO, verdad? Vale.
Pero la corresponsabilidad, a mi modo de ver, no es suficiente (y fíjate, con lo difícil que es de conseguir!). Está dicho hasta la saciedad que dos personas, solas, ni siquiera las más respetuosas e implicadas, dan a basto con todo. Y en los hogares donde no hay ni eso, apaga y vámonos :( A veces no dan a basto con un solo hijo, y difícil es imaginar con más de uno. Y ahí es donde entra la necesidad de TRIBU. Una tribu que, por nuestra forma de vivir, es ya muy difícil de encontrar. Muchas madres en los últimos años hemos conseguido encontrar una tribu ‘virtual’, a través de diferentes grupos, foros y redes sociales. Que son fuente de un apoyo emocional inestimable ante la soledad patente en la que muchas madres vivimos. Pero que no son ninguna solución real al ‘agotamiento físico’ porque, sencillamente, no podemos ayudarnos ‘físicamente’ las unas a las otras. No vivimos en la misma casa, muchísimas ni siquiera puerta con puerta. O en el mismo barrio. Esa cercanía que te permite que, los días en los que estás cercana a tu límite, puedas pedirle a alguien que si se puede quedar con tus niños una tarde. O que comparta contigo el puchero porque ni tiempo has tenido de ir a comprar ni hacer una comida decente. Que te escuche, y te abrace FÍSICAMENTE cuando lo necesitas… en ese clima, muchas madres no llegaríamos a ser los ogros feos que somos a veces. Las que pierden los papeles y gritan a los niños; a las que se les olvida que las amenazas no son el camino (por muy claro que lo tengamos); las que, con el corazón roto de pena, y dudando de nuestra aptitud para ser madres, añoran los tiempos en los que no tenían que ocuparse de nadie más que de sí mismas. Esos pensamientos no son reales. Bueno, SÍ son reales, pero no reflejan la realidad de lo que sentimos. Porque no cambiaríamos el vivir con nuestros hijos por nada más en el mundo, ni siquiera por volver de verdad a aquella época. HABLA EL CANSANCIO. Y la solución no es que los niños, o la casa, desaparezcan. La solución es la AYUDA. Las manos que hacen falta.
El burn-out maternal no es muy diferente del burn-out del ‘cuidador’. Las personas (en la inmensa mayoría, mujeres) que se hacen cargo de dependientes de toda edad y condición también sufren un agotamiento extremo. Cuidar, y más aún ‘biencuidar’, igual que ‘biencriar’, es una labor bella (si se hace desde la voluntad) pero muy a menudo es extenuante. Especialmente si el cuidador no es cuidado, y no tiene tiempo de cuidarse a si mismo tampoco.
Pero que no me digan que la solución es ‘volver a trabajar’, por favor :( ya está, lo fácil: abandona el cuidado y dedícate a algo que te distraiga y te devuelva ‘prestigio’ social. Habrá gente para la que sí es así, no lo dudo, y si para ellos eso funciona, pues perfecto. Pero para muchas otras mujeres eso no nos vale. Porque no queremos abandonar nuestra tarea de cuidado, ni distraernos ¡trabajando! O_o yo si quiero distraerme me voy al cine, o a mi clase de danza del vientre, pero no a trabajar una jornada laboral que me aleje de mi hijo un mogollón de horas. Bastante nos aleja ya el colegio. Pero esa es solamente mi decisión, y mis circunstancias. Hay otras, y cada una con las suyas.
Y las madres que trabajan fuera de casa también se agotan. Las madres que yo conozco que trabajan fuera de casa van a mil todo el día. Mientras trabajan no se olvidan de sus hijos, están todo el rato organizándose, corriendo, de un lado para otro, al trabajo, a llevar a los niños a este sitio y a otro, listas de la compra, tareas de casa… son las víctimas de la odiosa doble jornada. Su trabajo les puede ofrecer, a algunas, dependiendo del puesto, sí, una ‘distracción’ del estar todo el día en casa, pero a cambio se llevan una ración de estrés añadido que las que estamos en casa (bueno, yo hablo por mi) no tenemos. Así es que, el que alguien ofrezca como solución al agotamiento materno que además, trabaje fuera de casa, me parece por decirlo de forma suave, poco menos que de pitorreo. Las madres, y los padres, trabajen dentro o fuera de casa, necesitan ayuda, sostén y distracción. Como cualquier cuidador. Y especialmente según se van haciendo mayores los bebés, y ya no son tan bebés, y no dependen en exclusiva de nosotros para todo. Yo no sé otras personas, pero yo hace ya un tiempo que necesito hacer cosas que no son dedicarme exclusivamente a mi hijo. Lo cual no quiere decir ni de broma que tenga ganas de volver a trabajar, claro. Lo que quiero decir es que necesito dedicarme a cosas que me han gustado siempre y que antes no podía hacer porque prefería estar con mi bebé. Podría ser trabajar, pero también podría ser estudiar, o dedicarme a la contemplación, o lo que sea. Mi hijo cumplió 4 años el pasado anteayer, y malas noticias señora Badinter: yo soy una de esas vagas mantenidas acomodadas* que siguen sin tener ganas ni necesidad de volver a trabajar :) necesidad propia, de autorrealización (de la económica seguimos como siempre, nos llega). Yo pensé que a estas alturas ya me habrían vuelto las ganas: mi niño mayor, escolarizado y todo eso… pero la verdad es que no. Por un lado, en realidad, porque mi deseo sería ser madre otra vez, y vivir con el siguiente lo mismo que con Mateo. Y por otro lado, porque cada vez soy más anarquista y pienso que eso de trabajar para realizarse o para ser independiente es una falacia. Yo me sigo sintiéndome la mar de realizada y de independiente, gracias. Volveré a trabajar cuando lo necesitemos económicamente y ya está. De momento sigo viviendo estupendamente.
*Lo de ‘vagas mantenidas acomodadas’ es una ironía fina que le dedico a las que, estando en mi misma situación, o habiéndolo estado, caen en la tontería de criticar a quienes hacen lo mismo (no sé si oyen las piedras en su propio tejado o no). Ah, y a las que no están en la misma situación y juzgan, también. Arrieritos somos, reinas, queda mucha vida por delante. No sabe nunca una cómo se a a tener que ver en un futuro…