“Misógino:
(Del gr. μισόγυνος).
1. adj. Que odia a las mujeres, manifiesta aversión hacia ellas o rehúye su trato. U. m. c. s. m.”
(Definición tomada de la RAE, ver aquí)
Entiendo por lo que explican las siglas que este adjetivo se suele aplicar a las personas, fundamentalmente de sexo masculino. Aunque yo cada vez conozco más misóginas, la verdad. Quizá no odian a las mujeres, pero, de alguna manera, ‘odian’ SER mujeres, y todo lo que ello implica. Como a veces, también odiar a las mujeres que no odian ser mujeres, mofándose de ellas y ridiculizándolas. En mi opinión, no son nada más que víctimas de la sociedad patriarcal en la que vivimos.
Cuántas no conoceré, que hasta hace cuatro días YO MISMA también era una de ellas. Especialmente, cada vez que llegaba mi menstruación. ‘Dita, sea! ya está aquí esta mierda otra vez’.
No somos culpables de ello. Nos han enseñado, hemos aprendido a odiarnos como mujeres. Lo raro sería que no lo hiciéramos.
Es algo que ha convenido grandemente al sistema patriarcal desde sus comienzos. La naturaleza, fértil y gestante, de las mujeres pasó de ser sagrada a ser impura. Hubo un tiempo en el que cabe pensar que la primera menstruación, como todas las demás, era un motivo de alegría, pues mostraban el buen funcionamiento cíclico y saludable de una mujer, y su capacidad de hacer crecer más vida. Miles de años después, en nuestra sociedad, la menstruación se nos antoja cuando menos un engorro, un trámite mensual sucio, desagradable y doloroso por el que hay que pasar para poder tener hijos algún día. Y eso si es que una quiere tener hijos. Para la que no quiera, aún más drama, porque lo tiene que ‘sufrir’ igual.
Agh, qué rollo ser mujer, tener que pasar por este calvario todos los meses, y encima tener que parir, que a ver cuándo inventan algo para que también puedan parir ellos… ¿no os suena este discurso? ¿No lo habéis pronunciado alguna vez, u oído en otra bocas?
Y qué asco de cuerpo, que siempre está demasiado gordo o demasiado flaco, sus tetas demasiado pequeñas o demasiado grandes, el culo demasiado grande/plano/fofo/caído, que es que mira mis pistoleras, pues anda que mi barriga… en contadísimas ocasiones he escuchado este discurso en boca de un hombre. Ellos NO ODIAN su cuerpo. Nosotras lo hacemos desde pequeñitas. Y este odio es independiente del nivel de belleza que posee quien lo siente: hay mujeres consideradas bellísimas (en nuestro canon estético, en esta sociedad y este tiempo), que siguen odiando su cuerpo. Siempre hay alguna imperfección que pulir, siempre hay algo que controlar.
Hace poco, en una reunión de mujeres, yo dije que la actitud que teníamos frente al embarazo, al parto o a la lactancia, no eran casuales. Para mi, forma parte del mismo todo. En algún momento, las mujeres dejamos de maravillarnos por lo asombroso de nuestro cuerpo femenino, y de su capacidad creadora. Nuestra sociedad, nuestras familias… nos transmiten desde muy jóvenes que ser mujer es una pesada carga, y la absoluta necesidad del dolor que implica: el dolor de la menstruación, el dolor del parto, el dolor de la lactancia… la tradición judeocristiana de ganarse el paraíso mediante el sufrimiento no es fácil de sacudirse de un día para otro.
Una de las cosas que recuerdo de la llegada, temprana, de mi primera menstruación, es el sentimiento de miedo, fundamentalmente por sentirme, de repente, responsable del deseo de otros. Me explico: como mi cuerpo ya se preparaba para estar listo para concebir, tenía que empezar a ser ‘cuidadosa’ con respecto a cómo me relacionaba con los hombres. No era nada que se me dijera específicamente a mi, con palabras. Eran nociones que una atraía de las conversaciones pululantes. Acerca del indomable deseo de los hombres, que si no se sacia en casa busca afuera; de las chicas fáciles que se iban con cualquiera, y luego no eran respetadas por ningún hombre; del merecimiento de un abuso por la forma en la que una mujer va vestida… con la primera menstruación, en algunas familias, en algunas ocasiones, está la alegría por este ‘rito de paso’ hacia la madurez, pero casi siempre empañado por el miedo al sexo, a la deshonra por la libertad sexual de la joven, a los embarazos (deseados o no) antes del matrimonio. Esto ahora puede parecernos desfasado, aunque yo no lo creo, y es más, creo que aún ocurre. En nuestra generación, y no digamos ya en las que nos anteceden, esto es fácil de constatar. No hace ni 30 años, a muchas jóvenes solteras se las echaba de casa por haberse ‘descarriado’, y eran repudiadas por sus familias. Y la expresión ‘casarse de penalti’ aún suena en muchas conversaciones hoy en día.
Los dolores inherentes a nuestra condición femenina tienen solución, no en todos los casos, pero sí en muchos. Pero preferimos no verlas ¿por qué? Pongo por ejemplo el dolor menstrual, que muchas veces se calma con reposo y un poco de calor. ¿Por qué no podemos permitirnos ese reposo en ese par de días o tres? ¿Por qué nuestro empeño en seguir esos días como si fueran ‘cualquier otro día’? Nos empeñamos en que la menstruación NO ALTERE nuestras vidas lineales, de la misma forma que luego tampoco queremos que lo haga la maternidad. No queremos que nada ni nadie nos obligue a ‘bajar el ritmo’. ¿Qué pretendemos demostrar? ¿A quién? ¿Para qué? Mi opinión es que, en la loca carrera por demostrar que somos tan buenas como un hombre (insistencia por demostrar lo que es obvio), tenemos que comportarnos como ellos. Ellos no tienen ciclos tal como los tenemos nosotras. Ellos no tienen menstruación. Pero nosotras tenemos que comportarnos como ellos. Ser igual de productivas. No demostrar debilidades pusilánimes en unos días del mes. Seguir con nuestra vida como si no pasara nada. Menospreciar nuestra naturaleza, afirmando que esos días ‘somos horrorosas’, ‘no hay quien nos trate’, o que ‘no somos nosotras mismas’. Renegando en público y en privado de una condición que SUPUESTAMENTE nos coloca en inferioridad de condiciones. ¿De qué condiciones, me pregunto yo?
No, es más ‘cómodo’ enchufarse un par de ibuprofenos y seguir como si no pasara nada. Sé que habrá mujeres que dirán que yo lo veo todo muy fácil, pero que sus dolores son insoportables y que necesitan medicación sí o sí. Y por supuesto que yo no lo niego. Hay mujeres que tienen patologías asociadas a la menstruación, algunas muy graves y que no se solucionan sólo con, por ejempl0, reposo y calor. Pero somos muchísimas las mujeres que no tenemos patología alguna, y sin embargo, también nos duele. Y nadie se pregunta por qué. ¿Por qué duele? ¿Tiene que doler? ¿Le duele a todas las mujeres en el mundo? ¿Es normal que una función fisiológica más del cuerpo sea tan molesta? La digestión, la circulación, la respiración… la producción de esperma! no son dolorosas. ¿Por qué lo es la menstruación? ¿Acaso se trata de otra maldición divina a causa de nuestra pecadora Eva, a partir de la cual Dios decidió que pariríamos con dolor?
Hace tres meses me embarqué en una interesante propuesta de Mónica Felipe Larralde, amiga bloguera y compañera de tribu. Propone, como podéis ver vosotros mismos en ‘Estudio sobre el útero’, que el dolor de la menstruación y del parto, así como la dificultad en sentir placer en las relaciones sexuales, están asociados a la tensión de nuestro útero. La represión consciente e inconsciente con la que hemos crecido hace que nuestros úteros sean ‘rígidos’, y su trabajo, doloroso, por lo tanto. Nos proponía embarcarnos en un estudio acerca de cómo la relajación y la concienciación acerca de la existencia de este órgano tan importante de nuestro cuerpo, único en los cuerpos femeninos, puede ser clave en la desaparición/manejo del dolor y aumento del placer en los procesos en los que está involucrado (menstruación, relaciones sexuales, parto).
Hablo sólo en nombre de mi misma cuando digo que tengo que creer en esto porque lo he vivido en mis propias carnes. Llevo tres menstruaciones INDOLORAS desde que comencé a tomar parte en este estudio. O sea, todas. En el momento que el dolor ha querido ‘achuchar’ un poco, me he concentrado en relajar toda esa zona, y el dolor HA DESAPARECIDO. Yo no paro de decírselo a quien puedo, porque de tan sencillo que es, me parece flipante que no le demos una oportunidad a soluciones sencillas e inocuas como esta. Con respecto a cómo afecta al dolor del parto no puedo decir nada personalmente, pero hay varias embarazadas en el estudio cuyo testimonio espero con curiosidad. El condicionamiento positivo (‘sé que no tiene por qué doler’), la relajación y la concienciación SIRVEN para evitar el dolor, o para disminuirlo. Y con respecto al placer sexual, también puedo concluir con alegría que sí, efectivamente es cierto: aumenta. Bueno, no sé si aumenta, o mejora, o las dos cosas a la vez :)
¿Qué tal si pienso que el parto tampoco me tiene por qué doler, y la misma ‘técnica’ me sirve para capear las contracciones? Eso no quiere decir que no me vaya a doler (no soy adivina, una pena), pero quizá sirva para que me duela infinitamente menos, y no tener que recurrir a la analgesia epidural. Que está bien si es absolutamente necesaria, como el ibuprofeno en la menstruación, pero ¿si no lo es? ¿qué necesidad hay de interferir con más química exógena? Aquí no encontrareis una condena de la anestesia epidural. Yo fui una usuaria, reticente, a la que si bien no le sirvió de mucho, porque sólo conseguí alrededor de entre media hora y una hora de alivio total, recibí un efecto secundario contrario al que yo esperaba, y muy positivo. Yo temía que la anestesia ralentizara el parto (pues es un conocido efecto secundario de la misma), y sin embargo, ese poco alivio que me dio, me sirvió para volver a ‘ponerlo en marcha’, pues llevaba estancado desde que entré por la puerta del hospital (ninguna sorpresa). Sin necesidad de oxitocina externa. Eso sí, al poco tiempo, sentía absolutamente todo en el lado izquierdo, el derecho se me había dormido por completo. Tanto que no sentía ni la pierna. Me tuvieron que subir a la camilla para trasladarme a paritorio. Y jamás sentí ganas de empujar para que naciera mi hijo. Me dijeron que empujara cuando sintiera el dolor de una contracción, y eso me limité a hacer.
¿Volvería a usar la anestesia epidural en un parto? Pues, si pudiera evitarlo, desde luego que no. Por la misma razón que si puedo evitar chutarme ibuprofenos (o la medicación que sea), no lo hago. Primero prefiero probar todos los medios no agresivos que me proporciona mi cuerpo y mi entorno, y ya después, si no soy capaz, por la razón que sea, pues adelante. No son ganas de hacerse la mártir, ni la valiente, ni la natural, ni nada. Es sencillamente confiar en mi cuerpo y ‘gastar’ todos mis cartuchos antes de recurrir a otra cosa. Son ya demasiadas las mujeres que conozco que han parido sin necesidad de anestesia. No porque no la hubiera disponible, sino por decisión propia. NO son masocas, y NO intentan demostrar nada. Sencillamente han apostado por ‘sus propios recursos’, sabiendo que, al contrario de lo esgrimido por tantísima gente a la hora de referirse al dolor del parto, ‘NO, no es como un dolor de muelas’. Yo tampoco me sacaría una muela sin anestesia. Ni dejaría que me hicieran una cesárea sin anestesia. Pero sí creo que la anestesia no es absolutamente necesaria para parir, en las condiciones adecuadas. Y dicho esto, creo que tan respetable es que una mujer quiera hacer uso de ella como que no quiera hacerlo. A mi lo único que me gustaría es que las mujeres, como en todo, tuviéramos toda la información en la mano, y decidiéramos conscientemente.
Voy concluyendo: la propaganda misógina DUELE. Pensar que ser mujer es una maldición, o una cagada, DUELE. Minusvalorar y despreciar nuestro cuerpo de mujer, DUELE. Yo paso de que me duela nada más :) y me propongo firmemente poner de mi parte para romper esta cadena, empezando por mi misma. ¿Alguien más se apunta?
Imagen:
http://www.decrecimiento.info/2009/03/sobre-la-misoginia.html