miércoles, 24 de febrero de 2010

"Llegar a casa con un bebé recién nacido"

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Este post está dedicado a una de mis mejores amigas y a su bebé, llegado a este mundo hace poquitos días. Pienso en ellas muchísimo más de lo que se imaginan, sobre todo por el poco contacto que hemos tenido. Me da miedo pasar la línea entre apoyo y agobio, que ante una mamá reciente (da igual cuantas veces lo haya sido), es muy delgadita. Pero casi todos los días tengo un pensamiento para ellas, espero que estén bien y sepan salir airosas de estos primeros días que a menudo, son tan complicados.

También se lo dedico porque cuando sé que están pasando algún mal rato, yo también lo paso mal, y siento mucha impotencia de no poder estar más cerca y echar una mano... no para dar consejos (menuda experta de pacotilla estoy yo hecha!), sino sencillamente para hacer compañía, poder prepararle algo de comer, ponerle y quitarle alguna lavadora, entretener un rato a su otro pillín, cogerle a esa preciosidad nueva mientras ella se ducha, o duerme un poco... esas cosas que también me gustaría haber hecho por alguna otra mami más en su día... y yo no dejo de ofrecerme gustosa a quien me necesite y me tenga cerca.

Espero que sepas que te quiero muchísimo y que, como ya te he dicho alguna vez, aunque desde aquí te sea de poca utilidad, cuentes conmigo para lo que quieras.

"Una vez superada la mayor “escena temida” que acaparó nuestra atención durante varios meses, es decir, una vez que hemos transitado el parto, y según el bienestar o malestar, el buen o mal trato que hemos recibido, y según la calidad del encuentro que hemos logrado experimentar con nuestro bebé; aparecerá la siguiente “escena temida”, que es la llegada a casa. De regreso a nuestro hogar, nos encontramos con un bebé en brazos y un sinnúmero de consejos médicos y de los otros. La gran pregunta es cómo nos arreglaremos con ese niñito cuando no podamos calmarlo y no tengamos a quien pedir ayuda.

Si somos embarazadas primerizas, vale la pena saber que “lo peor” no es el parto sino lo que viene después. Y no lo digo para atemorizar a nadie, sino por el contrario, para que podamos prever que la asistencia física y emocional es imprescindible durante el puerperio.

Una madre no debería nunca estar sola con un niño en brazos. Toda madre puérpera merece compañía y sostén para sumergirse en las sensaciones oníricas del la fusión emocional con el bebé.

Hoy en día, sobre todo en las grandes ciudades, no contamos con una comunidad de mujeres que nos sostenga, nos avale, y nos acerque la sabiduría y la experiencia de las mujeres mayores. A veces no contamos con nuestras hermanas o tías; o sencillamente no las consideramos referentes valiosos dentro de nuestras búsquedas personales.

¿Pero qué tipo de compañía necesitamos? En todos los casos, la presencia de personas que no invadan con sus propios deseos o expectativas, el territorio emocional que compartimos con el bebé. Tampoco personas con ideas preconcebidas sobre lo que es correcto o incorrecto hacer con el niño, ya que esto nos sumará desconcierto y angustia cuando sólo tenemos que buscar dentro de nuestro corazón para encontrar una manera personal de relacionarnos con nuestro hijo.

En cualquier caso, una madre no puede entregarse a la demanda y a la desintegración psicológica que supone la atención de un bebé recién nacido, si no cuenta con personas sostenedoras, amorosas y sabias, en quienes delegar casi todos los aspectos del mundo material. A ellas les corresponde incitarnos a la introspección, a la conexión con nuestro hijo, al despojamiento de otras preocupaciones, y al florecimiento de nuestras intuiciones que nos harán comprender al niño pequeño gracias a la conexión con nuestra memoria filogenética. Es esa sabiduría intuitiva la que nos permitirá responder aceitadamente a las demandas del niño pequeño, porque sentiremos el mundo tal como él lo siente.

Encontrar a las personas adecuadas para que nos sostengan durante el primer período en casa, no es fácil. Tienen que ser capaces de observarnos sin juzgarnos, y poder “salir de la escena” para actuar sólo como facilitadores del vínculo que estamos desplegando madre e hijo, que será diferente en cada caso. Porque no importa si hacemos las cosas bien. Sólo importa que tengamos “vía libre” para el encuentro con nuestro ser más profundo, por lo tanto, con el ser que acaba de nacer. Las personas sostenedoras tienen que tener confianza en que cada relación va a encontrar su modalidad, pudiendo tener disponibles palabras amorosas para aliviarnos, diciéndonos que si escuchamos los mensajes del alma y actuamos según nuestras más íntimas creencias, encontraremos el modo de entendernos con nuestro hijo.

Estas personas sostenedoras tienen que cumplir el rol de protectores de la díada y al mismo tiempo de guardianes de los depredadores emocionales. La contradicción aparece cuando nuestros seres más queridos, a veces incluso nuestras propias parejas, se convierten en depredadores dentro de casa. Por miedo, por desconocimiento, o por atender razones externas bajo el temor de equivocarse, descreen de la naturalidad con la que cada una de nosotras conecta con el bebé, sobre todo si nuestro comportamiento parece raro o distinto a todo lo conocido hasta entonces. En estos casos, vale la pena buscar sostenedores que también comprendan y avalen las ambivalencias de un hombre desesperado que ha perdido sus parámetros habituales.

Históricamente las mujeres contábamos con “mujeres sabias” que conocían los misterios de la Maternidad, y que acompañaban a las mujeres y a sus familias en la integración de un niño pequeño que trastoca completamente todos los aspectos de la vida cotidiana. Hoy en día estamos obligadas a retomar la figura de la Madre Experimentada. A veces ese rol lo puede cumplir una doula. O una amiga generosa dispuesta a tolerar los humores cambiantes de una madre reciente. Incluso la pareja desde su rol de varón sostenedor, puede cumplir con la tarea de incentivar a la madre a ser genuinamente quien es, a despreocuparse por el mundo de las formas y a vivir intensamente los vericuetos emocionales del puerperio. Claro que se requiere un varón maduro, que no esté pendiente de lo que recibe en ese período, sino que pueda concentrarse en lo que tiene para ofrecer. Ya llegarán tiempos mejores.

En todos los casos, las madres no necesitamos consejos ni guías prácticas sobre cómo ser una buena madre y criar correctamente a los niños. Este es un aprendizaje interno, siempre y cuando “el afuera” esté acomodado. El puerperio es un período donde las señales provienen del ser interior, si damos lugar para que aparezcan.

El miedo que nos da llegar a casa, tiene que ver con la soledad -que sabemos de antemano- nos espera para devorarnos. O bien la certeza de ser efectivamente tragadas por personas que invaden nuestra vida cotidiana con consejos, recetas y juicios sobre nuestro devenir como madres. De este modo, vamos sintiéndonos cada vez más inútiles e infantilizadas, constatando que no sabemos asumir ciertas responsabilidades, con lo cual, el miedo a no saber qué hacer se acrecienta día a día. Así vamos dejando de lado nuestros recursos internos logrando lastimar el viaje hacia una maternidad consciente.

Llegar a casa con un bebé debería constituirse en un momento sagrado, lleno de respeto, silencio, y amor. Podemos asumirlo si contamos con personas maduras, experimentadas y respetuosas, deseosas de llevarnos de la mano por el camino del auto-descubrimiento personal a través de la maternidad."

(por Laura Gutman. Tomado del blog 'Por un parto respetado')

Imagen:

Pam Fox. http://www.paintingsilove.com/image/show/49519/mother-and-newborn

lunes, 15 de febrero de 2010

¿Serías el mismo tipo de madre/padre si tu pareja fuese otra?

A lo mejor parece una pregunta tonta, u obvia, pero me atrevería a decir que ni lo uno ni lo otro. ¿Sucede realmente que 'dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma opinión'?

Me he preguntado esto alguna vez cuando he pensado en mi como madre, las cosas que hago y en las que creo. Y he llegado a la conclusión de que en parte soy la madre que soy gracias al padre de Mateo (y ojo que no digo ni buena ni mala, ni mejor ni peor, sólo 'la que soy'). Siempre ha sido un papá implicado, tanto por gusto como a la fuerza (en aquellos desastrosos comienzos del embarazo), que venía a las clases de preparación al parto, que me acompañó a todas las citas médicas (efectivamente, porque podía, muchos habrá que les encantaría y no pueden 'escaparse'). Implicado en las cosas que aprendíamos juntos, en todo lo que yo leía, en el nacimiento de su hijo, en su lactancia, en el hacer de cada día. Siempre hemos estado de acuerdo en que 'los brazos' no eran ese coco con el que nuestros mayores (y no tanto) nos amenazaban que Mateo se acostumbraría (y a los que de hecho se ha acostumbrado, como tiene que ser); de acuerdo en dormir junto a él, compartiendo cama o no, sine die. De acuerdo en estar el mayor tiempo posible con él, aunque ello signifique ajustarse el cinturón prescindiendo de un sueldo (ahora el mío, como podría ser el suyo)...

Pero... ¿y si al papá de Mateo me hubiera dicho 'anda y dale un biberón ya y que se calle, si total es lo mismo, mira cómo nos hemos criado nosotros'? ¿Y si le hubiera molestado que Mateo couple in disagreement durmiera con nosotros en la misma habitación, o en nuestra cama? ¿Y si me hubiera dicho que eso de llevarlo en un 'trapo' era una tontería de hippies y que él no estaba dispuesto a hacer el ridículo por la calle llevándolo así? ¿Y si hubiera pensado que el 'método' Estivill es efectivamente lo mejor que hay para que los niños 'aprendan' a dormir'? ¿Y si no hubiera visto bien que no trabajase fuera de casa durante un tiempo? ¿Podría haber seguido siendo la madre que soy? ¿Y al revés, sería él el mismo tipo de padre si estuviera con otra persona? ¿Nos habríamos amoldado? ¿Es realmente el 'poder del colchón' tan definitivo? Porque es cierto que hay personas que cambiamos más y personas que cambiamos menos dependiendo de las parejas con las que estemos (algunos llegan a ser irreconocibles...). Pero, ¿tanto como para amoldar nuestra idea de la maternidad/paternidad? ¿para ir contra nuestros instintos, contra lo que creemos que es mejor (independientemente de que lo sea o no, porque en muchos aspectos es algo subjetivo) con tal de adaptarnos al otro?

Cuando nos encontramos con nuestra pareja definitiva (o la que creemos que lo será), ¿pensamos en cómo será como madre/padre de nuestros hijos? Yo por supuesto que lo pensé. Y no sabía cómo sería exactamente como padre. Pero es un hombre tranquilo, sensible, empático, comprensivo... ni yo ni él habríamos podido seguramente imaginar el escenario en el que seríamos padres, pero yo sí estaba segura de que él sí que era el tipo de hombre que yo quería como padre para mis hijos. Porque no sólo me enamora cómo me trata a mi, sino como trata a todo el mundo. Y eso no podía ser una excepción con su propia descendencia.

Yo solita me contesto a mi pregunta, y quiero creer que habría sido el mismo tipo de madre, pero a regañadientes, mucho más infeliz, y en permanente conflicto con mi pareja.